F. Moa

La diosa sin nombre que recibe benévola al héroe exige a éste, desde el minuto cero, algo realmente sobrehumano: “Es necesario que te enteres de todo”, le exhorta la deidad. Aquí empieza, por decir así, la revelación1, la cual brota de lo sobrehumano con intención de asimilarse en lo humano. ¿Acaso esto es posible? ¡Sólo una iluminación puede conectar el ámbito sobrehumano con el humano! Somos testigos, en efecto, de la iluminación del poeta, la de Parménides, una iluminación que le abre los ojos para ver algo más que una luz pura y divina, a saber: la redonda Verdad que de algún modo abarca todos los temblorosos pareceres de los hombres mortales (βροτῶν δόξαι). ¿Pero por qué digo que la diosa exige al héroe –al poeta Parménides– algo sobrehumano que éste alcanzará gracias a la iluminación? La Verdad que le revela la diosa está más allá…

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