F. Moa

El coleccionista de decepciones observaba la vida y admiraba su excepcionalidad. Lo raro era para él la vida misma. Era aquella rareza un abismo que gustaba mantenerse oculto de un intelecto que por naturaleza no entendía la vida.

Debido a aquella incapacidad, el coleccionista de decepciones nunca se había sentido en su casa. Tampoco había encontrado un lugar donde respirar aire puro. La vida era para él un templo con el aire enrarecido.

Un día el coleccionista de decepciones encontró el libro de Heráclito entre los las ruinas de la antigüedad. Y leyó: Τῷ οὖν τόξῳ ὄνομα βίος, ἔργον δὲ θάνατος. Entonces comprendió algo: la palabra vida era una máscara que ocultaba el verdadero rostro de la excepcionalidad.

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