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Había un principio en aquella antigua Grecia, una suerte de regla humana que decía: lo semejante conoce a lo semejante. ¿Y qué hay más semejante que uno mismo respecto a sí mismo? Mas es sabido que para conocerse hay que buscarse, investigarse. Tal investigación de uno mismo partirá siempre de una sospecha que abrirá las puertas a un ἀγών del que nos habló Epícteto. También son semejantes los humanos, quienes se identifican desde una verticalidad cuya sombra es la diferencia. La antropología no quiere comparar pero no deja de comparar, y en tal tarea comparativa ella identifica lo similar y lo diferente, dejando al descubierto una escisión por la que se precipita mortalmente el conocimiento de un nosotros.

Aquel mundo del estructuralismo observó a los humanos y pensó ver en ellos algo similar a lo que ya había visto Heráclito hacía unos dos mil quinientos años, a saber: lo…

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