Αἰών: el niño que juega consigo mismo

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Αἰών (eternidad) es siempre (ἀεὶ) un niño que juega1. Acaso el niño juega a las tabas (πεσσεύων), o tal vez a otro juego según se considere (v.g. Calvo: tres-en-raya o castro). Sea un juego u otro, el niño juega, siempre juega, ¿pero acaba la partida alguna vez? Escuchemos a Nietzsche: «Heráclito cree asimismo en una destrucción periódica del Universo y en un resurgir también periódico de un nuevo mundo de entre las cenizas del incendio universal que destruyó el anterior»2. Pero hay quienes sostienen que no hay destrucción periódica, que tal cosa no forma parte de la doctrina de Heráclito. Copleston, por su parte, nos dice: Heráclito «[…] nunca sostuvo tal doctrina [del eterno retorno] […] Por lo demás, parece que fueron los estoicos los primeros en afirmar que Heráclito había sostenido la tesis de una conflagración universal; y aun los mismos estoicos estuvieron divididos a este respecto»3. Desde el estoicismo “imperial”, Marco Aurelio sostiene que «Heráclito, después de haber hecho tantas investigaciones sobre la conflagración del mundo, aquejado de hidropesía y recubierto de estiércol, murió» (Med., III-3).

El niño (αἰών) siempre está jugando. Su juego se despliega en un tablero cuyo nombre es κόσμος. Tal niño juega con fuego, pues al fin y al cabo el tablero está hecho de fuego: «Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido eternamente y es y será un fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas»4. Entonces, este mundo, este tablero donde tiene lugar el juego, es eterno del mismo modo que lo es el no. Sin tablero no hay juego. Por lo tanto, el niño no permitirá que no haya juego, esto es, no destruirá el tablero. Pero si se aburre del juego, si se cansa de él, ¿qué hace? Lanza el tablero y las piezas lejos de sí, mas en seguida recompone el tablero y vuelve a jugar. Así, ¿qué provoca la conflagración cíclica del mundo si sostenemos que ella forma parte de la doctrina de Herácito? ¿El aburrimiento o cansancio del niño? ¿Y será capaz el niño de cambiar las reglas del juego cuando vuelva a jugar? Se nos dice: «la Razón (Λόγος) permanece inalterable a través de todas las transformaciones»5. Por tanto, parece que el niño no cambia las reglas en ningún caso. Mas, ¿el niño puede llegar a aburrirse? ¿Por qué uno puede pensar en el aburrimiento del αἰών? ¿Para justificar la conflagración universal? Parece absurda tal teoría6, y más cuando disponemos de un fragmento que nos dice: «Avanzando, el fuego lo juzgará y condenará todo»7. Y debe tenerse en cuenta que la conflagración está limitada según las leyes del Λόγος: «Este mundo […] se enciende según medidas y se apaga según medidas»8.

1«Αἰών es un niño que juega, que mueve sus peones; de un niño (es) el mando” (B52, trad. Marzoa, 2013).

2Nietzsche, 2004.

3Copleston, 1994.

4B30.

5Fraile, 2015.

6Tal vez no se tenga que llamar “teoría” a esta suposición, sino simplemente metáfora acaso no del todo acertada: «El niño se cansa de su juguete y lo arroja de su lado o de inmediato lo toma de nuevo y vuelve a jugar con él, según su libre capricho» (Nietzsche, 2004).

7B66.

8B30.

Quiere y no quiere recibir el nombre de Zeus

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Heidegger contra Hegel y Nietzsche

A juicio de Heidegger tanto Hegel como Nietzsche se equivocan a la hora de interpretar la doctrina de Heráclito: «Al indicarse que Ártemis es la diosa de Heráclito, se debe desautorizar, preliminar e implícitamente, la interpretación dionisíaca del pensar de Heráclito introducido por Hegel y agravada por Nietzsche, quien llevó ese pensamiento al nivel del pantano»1. Y es que para Heidegger la diosa de Heráclito es Ártemis, esto es, la diosa de la φύσις, la cual es llamada la portadora de luz (φωσφόρος). La luz (φῶς) simboliza aquí despejamiento, desocultamiento, en definitiva, verdad (ἀλήθεια). Para Heidegger el vínculo entre Heráclito y Ártemis deja a las claras que el pensador inicial griego despliega su doctrina oscura al servicio de una claridad que nada tiene que ver con lo dionisíaco. En efecto, el de Éfeso pone su pensamiento bajo la protección de la hermana de Apolo, y así lo explica Diógenes Laercio: «Él, a saber, Heráclito, lo llevó (el libro conservado de él) para esconderlo en el templo de Ártemi2.

Así pues, Heidegger dirige duras críticas a Hegel y Nietzsche por las interpretaciones que hacen de Heráclito. Sobre Nietzsche asevera aquél: cometió «uno de los más terribles equívocos con respecto lo que Heráclito pensó […]»3. En cuanto a Hegel, quien reconoció que en su lógica no había un sólo fragmento de Heráclito que no hubiera utilizado, Heidegger asevera: «la explicación de Hegel sobre la oscuridad de Heráclito es no-verdadera, porque es no-griega, y encubre justamente por eso el pensar inicial»4. Además, interpretar dialécticamente la doctrina de Heráclito es un error, y así nos lo advierte Heidegger: «Desde el tiempo de Platón y, sobre todo, a partir de la metafísica del Idealismo Alemán, se llama dialéctico el pensar las oposiciones en su unidad elevada […] todos somos susceptibles de caer en el peligro de un empleo indebido de la dialéctica»5.

1 Heidegger, 2012 (I).

2 Diógenes Laercio, IX, 6. Apud Heidegger, 2012 (I).

3 Heidegger, loc.cit.

4 Ibid.

5 Ibíd.

El fluir perpetuo

Aquella antigua doctrina que dejó para la posteridad el Oscuro de Éfeso, aquella que nos ha llegado tan fragmentada, tan interpretable, lleva consigo una verdad que todavía no ha sido desmentida: «La doctrina del fuir perpetuo, tal como la enseñó Heráclito, es dolora, y la ciencia, como hemos visto, no logra refutarla»1. El cambio resulta en esencia doloroso porque, al final, de una manera u otra, siempre conduce al ser humano a un indeseado lugar (del que no puede escapar). La fijeza de las cosas sólo cabe en las ideas heladas de hombres de mirada gélida, pero al cabo, el fuego hará con ellos lo mismo que hará con todos los demás (y todo lo demás). Lo determinado es, básicamente, sólo una ilusión, pues la cruda realidad consiste en un «devenir eterno y único, la indeterminabilidad de todo lo real, que constantemente actúa y deviene pero nunca ‘es’, como señala Heráclito, [y esto] es una idea terrible y sobrecogedora […]»2.

¿Y qué hacen los hombres ante este terrible y sobrecogedor cambio? Construyen ideas salvadoras que reverberan escuálidas en unos refugios llamados templos. Desde lo sagrado se quiere frenar el cambio, un cambio que es el fin de todo y el inicio de todo. Pero la permanencia que los hombres ven en las cosas es únicamente un espejismo que nace en sus almas mojadas de seguridad y salvación. Mas todo este esfuerzo humano que se concentra para anular lo inexorable no deja de ser el fruto del engaño de la vida. La vida es la mejor mentirosa, y el ser humano el animal que más fácilmente se deja engañar por su deseo de vivir.

1Russell, 2013.

2Nietzsche, 2004.

Fuego siempre vivo

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Bien sabido es que yo llevé mi libro al templo de Ἄρτεμις, la portadora de luz (φωσφόρος). ¿Qué es esa luz (φῶς) de la diosa? Es ἀληθείᾳ. ¿Y qué porta mi libro? No otra cosa que ἀληθείᾳ, pues en este libro queda plasmado que yo, Heráclito de Éfeso, he escuchado al λόγος, siendo inherente a éste la no-ocultación (ἀληθείᾳ). Queda claro, entonces, que aquí debe estar mi libro, pues este templo es, por decirlo de alguna manera, templo de la portadora de la ἀληθείᾳ. Os preguntaréis, pues, qué es el λόγος. Yo os puedo decir que tal λόγος es eterno λόγος, siempre (ἀεὶ) λόγος verdadero. Tal λόγος rige el fuego siempre vivo (πῦρ ἀείζωον), encendiéndose y apagándose según medidas. Estad atentos al fuego, habida cuenta de que con él se despliega una eterna guerra y, en justa consecuencia, “la indeterminabilidad de todo lo real”1. Eterno mundo hecho de fuego siempre vivo. De este fuego resulta imposible deslindarse. Ocultes donde te ocultes, siempre vas a ser pasto de las llamas de una guerra. Y de esta manera, el vivir será siempre un morir en este mundo que nunca deja de ser un juego del fuego consigo mismo2. Fuego siempre vivo. Miremos al sol. El sol (ἥλιος) es nuevo (νέος) cada día, siempre nuevo sin cesar: Ὁ ἥλιος {…} νέος ἐφ᾽ ἡμέρῃ ἐστίν, ἀλλ᾽ ἀεὶ νέος συνεχῶς (B6). Contemplad, si podéis, la belleza de este fuego siempre vivo gobernado por el eterno λόγος.

1Nietzsche, 2004.

2El mundo es: «[…] el juego del fuego consigo mismo.» (Nietzscher, 2004)

Y la filosofía divinizó el Ser

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Hannah Arendt

Cuando escuchamos a Heráclito decir «Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido eternamente y es y será un fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas»1, tenemos que tener presente -para comprender más fácilmente al de Éfeso- que con los pensadores iniciales griegos -los comúnmente llamados presocráticos- los dioses dejaron de ser los primeros principios constituyentes del κόσμος. En efecto, vemos con Heráclito que los dioses no hicieron el mundo. De hecho, podemos observar en el referido fragmento que el mundo es para el de Éfeso algo eterno, a saber: fuego. Así pues, el mundo es «el juego del fuego consigo mismo»2, siendo tal fuego un fuego siempre viviente (πῦρ ἀείζωον).

Pero deslindarse por completo de los dioses parece algo digamos que imposible para un pensador inicial griego, por muy físico que sea. Heráclito explica el mundo desde el fuego, pero éste, por sí solo, no puede desplegar una lucha de oposiciones ni tampoco una armonía invisible que está ahí, detrás de todo lo que es. El fuego, en definitiva, está gobernado por una Razón, vale decir, el Λόγος. El de Éfeso, entonces, titubea, pues de algún modo parece llamar dios a este Λόγος: «Algo único, lo sabio quiere y no quiere recibir el nombre de Zeus»3. Eso único -lo sabio- es el Λόγος, que tal vez puede ser llamado Zeus. Sea como fuere, si el Λόγος se toma como un dios, éste no es un dios trascendente, sino, tal como nos explica Fraile, una ley necesaria inmanente al fuego4.

¿Pero es el Λόγος un ente (una cosa)? Claro que no, y así nos lo afirma Heidegger: «El Λόγος es ἓν πάντα εἶναι […] el ser en que todo ente es»5. Por tanto tenemos en el Λόγος el Ser, un Ser que podría tal vez ser llamado -por si acaso- Zeus. Con todo, resulta evidente que con Heráclito el Ser está a punto de despojarse de una divinidad -de Zeus-, pero el Ser, por sí mismo, sin el respaldo de ningún dios, «[…] devino la verdadera divinidad filosófica […]»6.

1B30.

2Nietzsche, 2004.

3B32.

4Fraile, 2015.

5Heidegger, 2012 (I).

6Arendt, 2004.

¿Cuál es la verdad de Heráclito?

Heráclito tiene muchos detractores. Pero ya se sabe, «los perros ladran al que no conocen»1. Pocos hombres, entre los cuales no encontraremos a ninguno de esos detractores, son capaces de contemplar la unidad, el uno. Es manifiesto, a juicio de Heráclito, que solo «para los despiertos el κόσμος es uno y común»2. Pero, ¿qué es el uno? «Uno (es) τὸ σοφόν, ser capaz del juicio que gobierna todo de un lado a otro»3, es el fuego, es el logos. Heráclito fue llamado el oscuro por su modo de escribir4, pero, en opinión de Nietzsche, «es probable que jamás haya existido un hombre que escribiera tan clara y brillante»5. Para el filósofo alemán Heráclito es uno de esos pocos filósofos poseedores de la verdad, y por ello dice: «el mundo necesita eternamente de la verdad; de ahí por qué necesita eternamente a Heráclito»6. Con todo, ¿Cuál es la verdad de Heráclito? El eterno devenir, el inexorable cambio, la permanente lucha de contrarios gobernada por el logos (por el fuego)7, el «mundo eterno cuya esencia es el cambio constante y la pluralidad»8.

La verdad está en el cambio. Por tanto, prever el cambio es anticipar la verdad que acontecerá. Y no sólo eso, condicionar el cambio futuro significa dar forma a la verdad que está por venir. Con Heráclito sabemos que este mundo cambia sin cesar, que nuestros cuerpos mutan, que nuestros pensamientos son extraños a la inmovilidad y que, en definitiva, nada es ajeno al cambio. Y los seres humanos quieren ser dueños de tal verdad, no al modo de Heráclito que sólo la poseía “intelectualmente” en tanto reprochaba la hybris9, esto es, la «desmesura, medirse con los dioses»10. Los seres humanos juegan a ser dioses cuando tratan de domesticar el cambio, lo quieren domar y convertirse, de este modo, en amos del devenir. Dicho de otro modo, los seres humanos quieren tener en sus manos el fuego de Heráclito, pero, por añadidura, quieren vaciarlo de logos y poner en su lugar sus razones, sus ideas, sus aspiraciones humanas, demasiado humanas. Los humanos, en efecto, no sólo quieren tener la verdad, quieren crearla a su medida. Y esto último es pura y dura hybris.

1Nietzsche, 2004. B.97.

2Marzoa, 2013. B.89.

3Ibíd. B.41.

4Nos sugiere Heidegger que esa oscuridad proviene, probablemente, de un pensamiento tan inicial que se nos hace, de algún modo, incomprensible. Además, se tiene que añadir que sólo se puede entender el pensamiento griego si se piensa «a la manera griega».

5Nietzsche, loc.cit.

6Ibíd.

7«El reino físico constituye una amalgama de materia e ímpetu creativo (poiesis) precisamente porque existir es devenir, y Heráclito será también el primero en proponer que la contradicción no induce parálisis, sino actividad» (Escohotado, cf. nota 40).

8Ibíd.

9«Es preciso extinguir (la) ὕβρις, más que (un) incendio» (B.41. Marzoa, 2013).

10Marzoa, loc.cit.

La verdad no está en la lógica

Nos explica Nietzsche que «Heráclito desiste de separar un mundo físico de otro metafísico, un reino de cualidades determinadas de un reino de indeterminación indefinible»1. Hay una negatividad en Heráclito radical, a saber, «negó el ser en general»2, pues negó la permanencia de las cosas. No hay permanencia, sino un eterno devenir marcado por una absoluta indeterminabilidad de todo lo real. Todo lo real actúa y deviene pero nunca es. Por tanto, con Heráclito «la esencia entera de la realidad es acción»3. La realidad en esencia es acción, una acción que se desenvuelve con la lucha de contrarios. De este combate eterno surge el eterno devenir. Heráclito camina en dirección contraria a la lógica diciendo que «todo contiene en sí mismo, desde siempre, a su contrario»4. Esto Aristóteles no lo acepta de ninguna manera, toda vez que eso va en contra del principio de contradicción. Heráclito va más allá de la lógica, puesto que se da cuenta de que la realidad no puede ser aprehendida por aquélla. Cualquier cualidad aparentemente duradera es solo una manifestación momentánea de un vencedor que inexorablemente será derrotado. La lucha de contrarios es la lucha de lo diferente, es la justicia con la que se posibilita que la unidad sea multiplicidad. Este no es lugar para la lógica aristotélica, sino para el «relámpago y las chispas que entrechocan en combate […]», que «[…] son el fulgor de la victoria en la lucha de las cualidades contrarias»5. Este relámpago es, naturalmente, el fuego, y, en definitiva, el logos.

Nietzsche nos dibuja un Heráclito que trasciende la lógica, pero tal vez este dibujo contiene trazos equivocados. Felipe Marzoa nos advierte que los contrarios expuestos por el de Éfeso no lo son “lógicamente”, habida cuenta de que los susodichos nacen pereciendo los otros. Y detrás de este nacer-perecer no está sino la guerra y la fisis (πόλεμος καὶ φύσις). Por tanto, no debemos interpretar A es no-A cuando leemos a Heráclito: «Lo mismo es viviente y muerto y despierto y durmiendo y joven y viejo; pues esto de un golpe es aquello y de nuevo aquello de un golpe es esto»6. Sea como fuere, en Heráclito -a juicio de Marzoa- el alma, el fuego, el logos, el cosmos y la guerra apuntan a un mismo lugar: la verdad.

1Nietzsche, 2004. Anaximandro, en cambio, distingue esos dos mundos, siendo el Indefinido (ἄπειρον) el mundo metafísico, o sea, el fenómeno moral que imparte justicia, en tanto que el mundo físico es allí donde las determinaciones se dan gracias al Indefinido.

2Ibíd.

3Ibíd.

4Ibíd.

5Ibíd.

6Marzoa, 2013, fr. B 88.